Es bastante improbable que cualquier aficionado al cómic de superhéroes no haya oído hablar de las Secret Wars, serie limitada que supuso en los años 80 la mayor reunión de héroes y villanos Marvel, aislados en un mundo en el que debían pelear para conseguir un poder absoluto. Pues bien, Deathmatch es una original perversión de aquella idea. Paul Jenkins coge el espíritu de las Secret Wars y lo retuerce para su propio mundo de superhéroes. Jenkins les coloca en una prisión, sometidos a un poder desconocido en su arranque y que les obliga a luchar entre ellos hasta la muerte, en una perversa competición.
Es una historia de superhéroes, con todo lo que eso conlleva y con la dificultad añadida de buscar el carisma en el estereotipo por usar personajes nuevos, pero también es mucho más que eso, porque supone una divertida y dramática forma de estirar los límites del género, conducida de una forma inteligente en la que lo importante es la historia y no tanto los combates. El buen dibujo del brasileño Carlos Magno no tiene por qué recrearse, aunque lo haga en algunos momentos, en las secuencias más violentas, porque lo importante es la intriga, el misterio, la historia que hay detrás de estos combates a muerte.