A principios de los noventa, las dos estrellas indiscutibles en el cine de acción y ciencia ficción eran Robocop y Terminator. El primero había conseguido un considerable éxito con sus dos primeras películas y James Cameron estaba a punto de revolucionar el género (y los efectos especiales) con su secuela de Terminator.
Dark horse Comics acababa de hacerse con los derechos de Robocop (anteriormente en manos de Marvel) y pensó que la mejor manera para iniciar su periplo editorial era emparejarlo junto con la estrella de la editorial, Frank Miller, y la línea de tebeos más rentable, Terminator, que además estrena nueva película, logrando de paso la mejor promoción posible. Ese título sería Robocop versus Terminator.
Frank Miller conocía a la perfección a Robocop, ya que fue su guionista en la secuela cinematográfica (además de esa terrible tercera parte), además de estar interesado en volcar algunas de sus ideas que no pudo utilizar para la escritura del guión. Eligiendo a su amigo Walter Simonson para la labor gráfica, Dark Horse tenía ya baza ganadora.
En el futuro, la raza humana lucha desesperadamente su última batalla contra las fuerzas de Skynet. Un último esfuerzo para viajar al pasado y poder acabar de forma definitiva con el creador del genocidio que asola el planeta, Alex Murphy, más conocido por Robocop, el policía mitad humano mitad robot de la ciudad de Detroit.