Lo más chocante de Riesgo suicida es lo rápido que cambia de planteamiento. La serie nació como un choque entre policías y supervillanos en un mundo en el que conseguir poderes estaba al alcance de cualquiera. Ya en su primer volumen el escenario se vio modificado al conseguir el policía protagonista, Leo Winters, esos poderes con los que afrontar el reto que tenía ante sí. Y en este segundo volumen son dos los planteamientos. Por un lado, la descripción de un mundo en el que efectivamente cualquiera, por mundana que sea su vida, puede dar ese salto no siempre siguiendo las normas éticas y sociales. Y por otro, la traslación de los poderes a una escala política global. Esto segundo, de hecho, centra el volumen y viene a demostrar, salvo que Mike Carey vuelva a cambiar de tercio, que su interés en Riesgo suicida es el de mostrar cómo encajarían los superpoderes en un mundo de corte realista y a diferentes niveles, incluyendo los más fantásticos, que son los que terminan dejando una historia abierta. La idea, aunque ya tratada en otros títulos, le permite crear un tebeo que mantiene un altísimo nivel de entretenimiento y que cuenta con una Elena Casagrande muy en forma que disfruta mostrando los efectos de los poderes pero sobre todo creando personajes muy carismáticos y expresivos.
Aunque el foco esté en el segundo, por extensión y ambición, el primero de los relatos de este segundo volumen es el que da la verdadera clave del universo que Carey quiere desarrollar en Riesgo Suicida.